Seguridad para los hombres, peligro para las mujeres: Habla una mujer encarcelada

Nota de la editora: Este es un ensayo presentado por Kokila Hiatt, una reclusa actualmente encarcelada en el Centro Penitenciario para Mujeres Edna Mahan de Nueva Jersey. Se ha realizado una edición mínima para preservar la integridad de su relato.

En todo Estados Unidos, se están diseñando y aplicando políticas penitenciarias para satisfacer a las personas transgénero encarceladas. Estas políticas pretenden garantizar la seguridad y la dignidad de los hombres que se identifican a sí mismos como del sexo opuesto al alojarlos en prisiones con mujeres.

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Aunque estas políticas son relativamente nuevas, no han tardado en mostrar lo peligrosas que son para las reclusas. Ya se han denunciado agresiones físicas y sexuales, amenazas y acoso a mujeres por parte de varones alojados junto a ellas en instituciones femeninas, y seguramente seguirán apareciendo más.

La primera vez que me di cuenta de este problema fue cuando el módulo de la prisión en la que vivía fue inundado de los llamados varones “disfóricos de género”.

Llevo en la cárcel desde 2010, pero nada podría haberme preparado para la enorme oleada de hombres en la prisión. Ignoraba por completo que las mujeres fuéramos a ser alojadas con hombres y, lo que es más, me quedé estupefacta ante la gran cantidad de formas en que el Departamento Penitenciario de Nueva Jersey estaba preparado para facilitar y defender su acceso a nuestro espacio tradicionalmente exclusivo para mujeres.

Al principio parecía como si fuera un goteo aleatorio.

Durante mucho tiempo, Leslie Nelson fue el único recluso varón en la prisión que se identificaba como transgénero. Nelson, que se ha sometido a todas las cirugías de género, llevaba décadas en Edna Mahan tras ser condenado por el asesinato de dos policías en la década de 1990.

Luego, estaba Daniel Demmers, trasladado hace uno o dos años, y Perry Cerf. Cerf fue transferido desde Trenton después de someterse a operaciones en sus genitales.

De repente, tras un acuerdo (artículo en español) entre la ACLU (Sindicato Americano de Libertades Civiles) y el estado de Nueva Jersey, que obligaba a que la gente fuera alojada en función de su identidad de género, el goteo se convirtió en una inundación.

Kokila Hiatt. Fotografía facilitada por la reclusa y publicada con su consentimiento.

En aquel momento, la administración penitenciaria nos dijo que si nos quejábamos de la invasión de reclusos varones, nos castigarían. En concreto, nos trasladarían a alojamientos abarrotados y con menos intimidad dentro de la prisión. Nos silenciaron y los hombres con disforia de género lo sabían.

Por quejarme de ellos, he recibido represalias de los hombres transgénero que están aquí. Sus tácticas iban desde el acoso verbal y las amenazas de violencia hasta múltiples acusaciones que provocaron que la prisión me investigara. Una de esas acusaciones hizo que me encerraran en un módulo de confinamiento durante tres días.

No soy la única reclusa que ha sufrido las consecuencias, otras mujeres también han sido acosadas e intimidadas.

Después de ser testigo de cómo estos hombres manipulan su condición de “transgénero” y de cómo su presencia aquí ha repercutido negativamente en el trato que el personal del Departamento Penitenciario de Nueva Jersey dispensa a las mujeres, empecé a buscar información sobre por qué se permitía esto.

Me enteré de que las políticas como ésta y otras que permiten a los varones con disforia de género entrar en espacios exclusivos para mujeres son el resultado de la presión de activistas trans principalmente masculinos para acceder a espacios femeninos. El resultado principal de estas políticas es que las mujeres son más accesibles para los varones que son una amenaza para nuestra seguridad.

Curiosamente, a pesar de que estas políticas están en vigor en varios estados, ninguna mujer que se identifica como transgénero ha sido recluida en una prisión masculina. Este hecho demuestra una verdad ineludible: que los cuerpos masculinos son peligrosos para los femeninos, independientemente de la identidad de género de la persona. ¿Por qué se entiende que es peligroso para una mujer ingresar en una prisión de hombres, pero se considera seguro meter a un hombre en una prisión de mujeres?

Me opongo a que alojen hombres aquí y, en términos más generales, a que los hombres tengan acceso a espacios exclusivos para mujeres. Los varones con disforia de género suponen los mismos riesgos físicos para las mujeres que los demás hombres, y las mujeres tienen muy pocas posibilidades de protegerse de personas que, por regla general, son más grandes, más rápidas y más fuertes que ellas.

Quiero oponerme activamente a estas políticas que ponen en peligro a las mujeres. Todas las mujeres merecen protección, y todos debemos poner de nuestra parte para garantizarla.

Las mujeres necesitan prisiones exclusivamente femeninas para estar protegidas mental y físicamente, algo que se considera irrelevante en el desarrollo y la aplicación de estas políticas que se basan en la identidad de género autodeclarada.

Las mujeres encarceladas suelen ser víctimas de abusos sexuales durante su reclusión. De 2009 a 2011, los datos nacionales sobre victimización sexual en la cárcel mostraron que las reclusas, a pesar de ser sólo el 7% de la población penitenciaria total, denunciaron el 33% de las agresiones sexuales por parte del personal penitenciario. También he leído que hasta el 85% de las reclusas han sufrido abusos sexuales o físicos a lo largo de su vida. Las mujeres maltratadas son el grupo de personas con menos probabilidades de defenderse o hacerse valer, especialmente contra un hombre.

Nuestra existencia en cuerpos femeninos nos hace intrínsecamente vulnerables a las agresiones físicas y sexuales. Nos vemos obligadas a permitir que los hombres, algunos de los cuales son depredadores sexuales convictos, reivindiquen su condición de víctimas y que sus preocupaciones se sitúen por encima de las nuestras.

Experimentar la terrible experiencia de estar atrapada en prisión con hombres con disforia de género me hizo apreciar el trabajo de las mujeres que a lo largo de la historia han luchado por nuestro derecho a la seguridad. Es el legado de su defensa lo que me hace albergar esperanzas de cambio.

Creo que con la suficiente exposición y activismo podemos corregir este error.


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